Enrique Bernárdez, catedrático de filología en la Universidad Complutense de Madrid, es uno de los más tempranos, prolíficos y solventes traductores y estudiosos de literatura nórdica, tanto medieval como moderna, en España. Además cuenta entre sus numerosos méritos el de ser uno de los pioneros en nuestro país en filología nórdica con su tesis, realizada allá por 1977, sobre las conjunciones coordinativas en islandés moderno. Profundo conocedor de todas las lenguas nórdicas habidas y por haber, El Cuaderno del Feroés tiene el honor de entrevistar a este referente fundamental de todos los apasionados por las sagas y las Eddas, los cuentos de Andersen y numerosos autores islandeses contemporáneos.
CF: Habiendo trabajado desde su primera incursión en el mundo académico con lenguas como el alemán y el inglés, el interés por las lenguas nórdicas parece, hoy en día, una consecuencia casi lógica y natural. Sin embargo, hace más de 30 años, y en España, desarrollar tal interés debió de ser toda una proeza nada sencilla. ¿Qué hecho o circunstancia concreta despertó su pasión por las lenguas y literaturas nórdicas?
EB: Sí, hace años era aún más exótico. En una estancia en Inglaterra, compré la introducción al antiguo nórdico de Gordon, consecuencia de mi interés por el inglés y el alemán antiguos. Inmediatamente empecé a encontrar en la pequeña antología un mundo maravilloso, mucho más apasionante que los textos antiguos alemanes e ingleses. Luego, como supe que el islandés moderno era casi como el medieval, conseguí el Teach Yourself Icelandic de Glendinning y allá me lancé. Y luego las cosas fueron rodando y rodando… y así siguen.
CF: Durante su dilatada carrera docente, en la que incluso introdujo una serie de seminarios pioneros sobre lengua islandesa, ¿cuál es la actitud general que percibe entre los alumnos que siguen sus cursos o clases en lengua y literatura nórdicas? ¿Curiosidad malsana, pasión irrefrenable o pragmatismo curricular?
EB: He dado cursos de doctorado (por ejemplo, uno sobre las Eddas, otro sobre las sagas, etc.) hace años, cuando esos cursos eran más flexibles (ahora sería prácticamente inútil intentarlo…). También hice cursillos para que la gente aprendiera un poco de islandés moderno. Como los planes de estudios no estaban tan sobrecargados como hoy, siempre había alumnos interesados en esas cosas. Y desde luego, algunos lo estudiaron en serio. Pero ahora no tienen un minuto libre, tampoco hay espacios libres en la Facultad, y esos seminarios son imposibles (aunque quiero volver a intentarlo). La gente tenía curiosidad, aunque no malsana: “¿qué será eso?”, debían de preguntarse. Por entonces no había ese pragmatismo curricular porque nunca tuvieron reconocimiento “oficial” alguno por esos seminarios (eran del tipo “yo me lo guiso, yo me lo como”). Así que, como les gusta decir en mi Facultad, todos, alumnos/as y yo, lo hacíamos gratis et amore.
CF: Desafortunadamente, España sigue siendo uno de los países europeos donde la filología escandinava no forma parte del currículo académico a diferencia de, por ejemplo, Inglaterra, Alemania, Francia o incluso Italia. ¿A qué achaca Vd. esta carencia?
EB: Hubo intentos; también con Filología Neerlandesa. Pero el más que rígido esquema de áreas de conocimiento lo hizo imposible. Recurrí al Consejo de Rectores, pero, al parecer (yo tenía mi “rector confidente” para estos temas) se temían que caso de aceptarse esas nuevas áreas, enseguida empezaríamos a pedir plazas, aulas, etc etc. Y ya se sabe: contra el vicio de pedir está la virtud de no dar. En cambio, se aprobó un área de conocimiento de “lenguas y literaturas orientales” pese a que ninguna universidad impartía esas enseñanzas como tales, ninguna pasaba de algún curso de alguna de las lenguas (menos de lo que había en neerlandés o las lenguas nórdicos) y desde entonces la situación no ha cambiado. Pero se imaginaron que eso sí era importante y que las universidades montarían titulaciones de lenguas y literaturas orientales de un día para otro. Así que es pura ceguera institucional, alejamiento del mundo (la universidad parece conservar bastante de la reclusión monacal de la Edad Media; y no digamos los ministerios de Educación).
CF: De entre el ingente número de obras nórdicas que Vd. ha traducido al castellano, ¿hay alguna de la que tenga un recuerdo especialmente grato? Por el contrario, ¿cuál es la que recuerda como la más difícil, o rebelde, a la hora de traducir?
EB: La Saga de Njáll (o Nial) fue un enorme placer. También Tómas Jónsson, de Guðbergur Bergsson: era lo primero realmente complejo de literatura islandesa contemporánea que traducía… ¡y vaya si me costó! Pero cuanto más difícil, más apasionante. La novela Arde el musgo gris, de Thor Vilhjálmsson, llegué a pensar que era intraducible. Realmente, yo no sabía que en español existe también todo ese riquísimo vocabulario para todo lo imaginable de la geografía; pero existe. Fue un reto enorme, aprendí muchísimo y ahora, al releer la novela, tengo que volver a mirar el vocabulario. Pero eso: cuanto más complicada es una traducción, cuanto mayor es el reto, tanto más emocionante. Ahora quiero (¿cuándo lo haré? Eso no lo sé) traducir el librito de poemas de Kristín Svava, una jovencísima poeta islandesa que hace juegos malabares con la lengua. Si consigo convertir sus poemas en malabarismos equivalentes en español, me sentiré realizado.
CF: Como no podía ser de otra forma, también el feroés entra en el cupo de lenguas nórdicas con las que Vd. ha trabajado, tal como puede verse, por ejemplo, en la bibliografía que maneja en algunas de sus publicaciones o en su versión del Lokka táttur incluido en su libro Los mitos germánicos. ¿Qué opinión le merece, en calidad de profesional de los estudios nórdicos, la lengua y literatura feroesas?
EB: Tuve una “época feroesa” en la que compré revistas antiguas, libros y de todo. Hace tiempo que no lo toco mucho, pero me parece apasionante que tan poca gente, tan repartida en sus islas, sea capaz de tener semejante actividad literaria. En feroés y en danés. Y de conservar incluso la forma de bailar sus antiguas baladas, y de componer otras en ese estilo. Desgraciadamente, no estoy muy al tanto de lo que se escribe hoy.
CF: Y ya para acabar, ¿se atrevería a hacer un breve diagnóstico sobre el presente y el futuro de las lenguas y literaturas nórdicas en España?
EB: Estoy convencido de que tienen que ir para arriba: en la UE son oficiales finés y estonio, sueco y danés; pronto (espero) lo será el islandés. Hacen falta traductores, que no solo de inglés, francés y alemán viven el hombre y la mujer. Todo es si este país (“¡qué inventen ellos!” es nuestra maldición; al parecer, eterna) no prefiere que sean ellos quienes traduzcan y nosotros nos quedemos a ser traducidos. Pero claro, puede ser simple óskhyggja, que es como los islandeses llaman al wishful thinking anglosajón… Pero si no confiamos en que nosotros también nos acercamos a Europa, y no nos sentamos a esperar que lleguen ellos… pues mal vamos. El español es importantísimo… pero fuera de Europa. Se habla en un solo país: igual que el finés, el estonio, el lituano, el portugués… Otras se hablan en dos o más países: griego, italiano, inglés, francés, alemán. No podemos pensar solo en los 355 millones de hispanohablantes, porque en Europa solo somos 45 millones (más o menos como los polacos, menos que los italianos, etc. etc.). Así que tenemos que hacer el esfuerzo de ir nosotros para allá y no quedarnos pensando “que vengan ellos”, porque somos los más grandes. Es preciso saber sus lenguas, y entre ellas se incluyen las nórdicas. Si no, seguiremos siendo marginales. Eso sí: tengo escasas esperanzas de que esas ideas se les pasen por la cabeza a las autoridades de nuestro país.
CF: Muchas gracias, profesor, por esta interesante entrevista y que siga deleitándonos por muchos años con su inestimable labor.
CF: Habiendo trabajado desde su primera incursión en el mundo académico con lenguas como el alemán y el inglés, el interés por las lenguas nórdicas parece, hoy en día, una consecuencia casi lógica y natural. Sin embargo, hace más de 30 años, y en España, desarrollar tal interés debió de ser toda una proeza nada sencilla. ¿Qué hecho o circunstancia concreta despertó su pasión por las lenguas y literaturas nórdicas?
EB: Sí, hace años era aún más exótico. En una estancia en Inglaterra, compré la introducción al antiguo nórdico de Gordon, consecuencia de mi interés por el inglés y el alemán antiguos. Inmediatamente empecé a encontrar en la pequeña antología un mundo maravilloso, mucho más apasionante que los textos antiguos alemanes e ingleses. Luego, como supe que el islandés moderno era casi como el medieval, conseguí el Teach Yourself Icelandic de Glendinning y allá me lancé. Y luego las cosas fueron rodando y rodando… y así siguen.
CF: Durante su dilatada carrera docente, en la que incluso introdujo una serie de seminarios pioneros sobre lengua islandesa, ¿cuál es la actitud general que percibe entre los alumnos que siguen sus cursos o clases en lengua y literatura nórdicas? ¿Curiosidad malsana, pasión irrefrenable o pragmatismo curricular?
EB: He dado cursos de doctorado (por ejemplo, uno sobre las Eddas, otro sobre las sagas, etc.) hace años, cuando esos cursos eran más flexibles (ahora sería prácticamente inútil intentarlo…). También hice cursillos para que la gente aprendiera un poco de islandés moderno. Como los planes de estudios no estaban tan sobrecargados como hoy, siempre había alumnos interesados en esas cosas. Y desde luego, algunos lo estudiaron en serio. Pero ahora no tienen un minuto libre, tampoco hay espacios libres en la Facultad, y esos seminarios son imposibles (aunque quiero volver a intentarlo). La gente tenía curiosidad, aunque no malsana: “¿qué será eso?”, debían de preguntarse. Por entonces no había ese pragmatismo curricular porque nunca tuvieron reconocimiento “oficial” alguno por esos seminarios (eran del tipo “yo me lo guiso, yo me lo como”). Así que, como les gusta decir en mi Facultad, todos, alumnos/as y yo, lo hacíamos gratis et amore.
CF: Desafortunadamente, España sigue siendo uno de los países europeos donde la filología escandinava no forma parte del currículo académico a diferencia de, por ejemplo, Inglaterra, Alemania, Francia o incluso Italia. ¿A qué achaca Vd. esta carencia?
EB: Hubo intentos; también con Filología Neerlandesa. Pero el más que rígido esquema de áreas de conocimiento lo hizo imposible. Recurrí al Consejo de Rectores, pero, al parecer (yo tenía mi “rector confidente” para estos temas) se temían que caso de aceptarse esas nuevas áreas, enseguida empezaríamos a pedir plazas, aulas, etc etc. Y ya se sabe: contra el vicio de pedir está la virtud de no dar. En cambio, se aprobó un área de conocimiento de “lenguas y literaturas orientales” pese a que ninguna universidad impartía esas enseñanzas como tales, ninguna pasaba de algún curso de alguna de las lenguas (menos de lo que había en neerlandés o las lenguas nórdicos) y desde entonces la situación no ha cambiado. Pero se imaginaron que eso sí era importante y que las universidades montarían titulaciones de lenguas y literaturas orientales de un día para otro. Así que es pura ceguera institucional, alejamiento del mundo (la universidad parece conservar bastante de la reclusión monacal de la Edad Media; y no digamos los ministerios de Educación).
CF: De entre el ingente número de obras nórdicas que Vd. ha traducido al castellano, ¿hay alguna de la que tenga un recuerdo especialmente grato? Por el contrario, ¿cuál es la que recuerda como la más difícil, o rebelde, a la hora de traducir?
EB: La Saga de Njáll (o Nial) fue un enorme placer. También Tómas Jónsson, de Guðbergur Bergsson: era lo primero realmente complejo de literatura islandesa contemporánea que traducía… ¡y vaya si me costó! Pero cuanto más difícil, más apasionante. La novela Arde el musgo gris, de Thor Vilhjálmsson, llegué a pensar que era intraducible. Realmente, yo no sabía que en español existe también todo ese riquísimo vocabulario para todo lo imaginable de la geografía; pero existe. Fue un reto enorme, aprendí muchísimo y ahora, al releer la novela, tengo que volver a mirar el vocabulario. Pero eso: cuanto más complicada es una traducción, cuanto mayor es el reto, tanto más emocionante. Ahora quiero (¿cuándo lo haré? Eso no lo sé) traducir el librito de poemas de Kristín Svava, una jovencísima poeta islandesa que hace juegos malabares con la lengua. Si consigo convertir sus poemas en malabarismos equivalentes en español, me sentiré realizado.
CF: Como no podía ser de otra forma, también el feroés entra en el cupo de lenguas nórdicas con las que Vd. ha trabajado, tal como puede verse, por ejemplo, en la bibliografía que maneja en algunas de sus publicaciones o en su versión del Lokka táttur incluido en su libro Los mitos germánicos. ¿Qué opinión le merece, en calidad de profesional de los estudios nórdicos, la lengua y literatura feroesas?
EB: Tuve una “época feroesa” en la que compré revistas antiguas, libros y de todo. Hace tiempo que no lo toco mucho, pero me parece apasionante que tan poca gente, tan repartida en sus islas, sea capaz de tener semejante actividad literaria. En feroés y en danés. Y de conservar incluso la forma de bailar sus antiguas baladas, y de componer otras en ese estilo. Desgraciadamente, no estoy muy al tanto de lo que se escribe hoy.
CF: Y ya para acabar, ¿se atrevería a hacer un breve diagnóstico sobre el presente y el futuro de las lenguas y literaturas nórdicas en España?
EB: Estoy convencido de que tienen que ir para arriba: en la UE son oficiales finés y estonio, sueco y danés; pronto (espero) lo será el islandés. Hacen falta traductores, que no solo de inglés, francés y alemán viven el hombre y la mujer. Todo es si este país (“¡qué inventen ellos!” es nuestra maldición; al parecer, eterna) no prefiere que sean ellos quienes traduzcan y nosotros nos quedemos a ser traducidos. Pero claro, puede ser simple óskhyggja, que es como los islandeses llaman al wishful thinking anglosajón… Pero si no confiamos en que nosotros también nos acercamos a Europa, y no nos sentamos a esperar que lleguen ellos… pues mal vamos. El español es importantísimo… pero fuera de Europa. Se habla en un solo país: igual que el finés, el estonio, el lituano, el portugués… Otras se hablan en dos o más países: griego, italiano, inglés, francés, alemán. No podemos pensar solo en los 355 millones de hispanohablantes, porque en Europa solo somos 45 millones (más o menos como los polacos, menos que los italianos, etc. etc.). Así que tenemos que hacer el esfuerzo de ir nosotros para allá y no quedarnos pensando “que vengan ellos”, porque somos los más grandes. Es preciso saber sus lenguas, y entre ellas se incluyen las nórdicas. Si no, seguiremos siendo marginales. Eso sí: tengo escasas esperanzas de que esas ideas se les pasen por la cabeza a las autoridades de nuestro país.
CF: Muchas gracias, profesor, por esta interesante entrevista y que siga deleitándonos por muchos años con su inestimable labor.
6 comentarios:
Muchas gracias a Mariano González Campo y, por supuesto, al "capitán Bernárdez".
Al uno por hacer las preguntas y al otro por contestarlas.
Este tìpo de actividades mantienen viva la llama de la inmensa minoría de gente que nos sentimos identificados "con el hielo" y todo aquello que lo rodea. Tanto los entendidos como los que somos cutres aspirantes a aficionados.
Gracias.
Gott viðtal/samtal hjá ykkur Heinreki...:)
Me parece muy bueno todo lo que ha dicho Bernárdez. Yo mismo estoy haciendo ahora un curso online de islandés (gratis, y que de verdad recomiendo) de la Universidad de Islandia, y no sé a dónde llegará, pero es lo que ha dicho, es porque me atrae y punto, lo ponga o no en un curriculum...
Y tiene totalmente razón en lo último... "Es que el español se habla más que cualquier otro idioma". Pues no será aquí, en nuestro continente, donde más probablemente nos vamos a mover, no creen?
Estos días estoy leyendo "La Saga de Egil Skallagrimson" y la verdad es que la estoy disfrutando como una apasionante novela de aventuras. ¡Parece increible que fuera escrita en el siglo XIII, en plena Edad Media y en la remota Islandia!
Y para conocer la mentalidad y la cultura de los nórdicos de la época de los vikingos, nada como la introducción y las notas de Enrique Bernardez de la edición en español.
Jo, Bernárdez es una delicia de persona. Tuve la suerte de tenerle de porfe en la universidad allá por el 86 y todavía me acuerdo con carino y admiración de su buen sabery saber explicar su campechanía y su humor .
Carlos
Acabo de terminar "Ceniza" de Yjrsa Sigurdardottir y me parecio increíble tanto la novela como la traducción, me interesé por el traductor porque en la página final encontré traducido camión por autobus y supuse que la traducción sería de un Mexicano y grande fue mi sorpresa al descubrir que era de un Español. Nada, solo un detalle que llamó mi atención y que me da una idea de las enormes dificultades que el traductor debe de haber padecido para encontrar las palabras justas y que no desvirtuarán al texto en Islandés.
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